viernes, 25 de mayo de 2012

DE: YOHANA GARCIA ... "FRANCESCO - NADIE CRUZA el PUENTE ANTES de TIEMPO" ... Parte 4a ...

Francesco 
 Nadie cruza el puente antes de tiempo, 
porque morir es parte de la vida. 

No se teme en momentos difíciles, porque el Alma es sabia y sabe darle tranquilidad a la mente. 
Firma: Tú Maestro del Tiempo. 


 Y fueron pasando los años, los cumpleaños, y las primaveras que tanto amaba Agustín. 

 El amor a las rosas lo dejaba disfrutar de los aromas que había en el jardín de su casa. 

 Ahora él tenía compañía, un perro labrador de color beige que era tan inquieto y travieso que no dejaba en pie una sola flor, ni siquiera los bancos del jardín, a los que les había roído todas las patas de madera. 

 El perro jugaba hasta cansar al niño, ese niño que lo llamaba Pancho, un nombre que el animal no registraba porque nunca obedecía sus órdenes. Parece que el más libre de la casa era el perro. 

 Poco a poco, el ambiente de la casa empezó a ensombrecerse. Aunque no le decían qué pasaba. Un día su papá lo despertó para invitarlo a dar un paseo en la tarde. Agustín ya tenía una idea de lo que estaba sucediendo. Sabía que su padre estaba enfermo, lo veía día tras día desmejorado. Su papá hacía un esfuerzo enorme para que todo estuviera como antes de enfermarse pero era inútil, faltaba a su trabajo, dormía, no comía casi nada e iba frecuentemente al hospital. Cuando regresaba estaba peor, vomitaba y temblaba hasta que se quedaba dormido. 

 El niño le había preguntado varias veces a su madre qué enfermedad tenía papá, pero su madre (algo ignorante quizás), no quería contarle toda la verdad. Ella un día inventaba una indigestión, otro un problema de presión arterial y así, olvidándose de la mentira que el día anterior había inventado.

 Un día Agustín estaba sumergido entre los libros y las carpetas de la escuela. Mientras miraba dibujos animados, el reloj de su cuarto, colocado arriba de su cuadro preferido de fútbol, dio las diecinueve horas. 

 Su padre entró despacio al cuarto, con cara un poco preocupada, se dirigió al niño y lo invitó a dar un paseo por el camino que bajaba del cerro donde estaba ubicada su casa. 

 —Si quieres —agregó Antonio—, puedes llevar a Pancho de paseo, pero colócale una correa porque no estoy para correrlo. Sabes que le gusta escaparse y cuanto más lo llamas más se aleja de nosotros. ¿Recuerdas ese día que no lo encontrábamos y se había escondido en el negocio de comida rápida? 

 —¡Ay papá! Ya sé que Pancho no obedece, pero qué quieres, nosotros no lo educamos. Ya llegó mal educado de la calle. Sin embargo a veces parece darse cuenta de cómo nos encontramos de ánimo, porque siempre se acurruca al lado de quien está más cansado o preocupado. ¿No has observado cómo te mira, cómo te sigue y hasta te cuida con sus ladridos cuando teme que algo malo te suceda? 

 —No lo he notado. La verdad, hijo, últimamente siento que estoy poco presente en las cosas cotidianas. Pienso demasiado en otras cosas, además no me siento bien y le tengo miedo al dolor. Siempre estoy tenso, porque no sé en qué momento se me aparece alguna molestia. No hay un solo día que no piense en forma negativa con respecto a mi salud —continuó diciendo el padre de Agustín mientras descolgaba el abrigo del perchero. 

 Agustín, haciéndose un poco el disimulado, cambió el tema de conversación y dijo: 

 —¿Qué te parece si seguimos la charla en nuestra salida? Espérame que le ponga la correa a Pancho y nos vamos. 

 —No olvides tu abrigo, ha empezado a nevar, aunque es poco lo que cae, pero se te enfriará la nariz. 

 Y los tres se fueron a pasear. Al principio, Agustín hablaba de las travesuras que hacía en su escuela, de lo odiosa que era su maestra y de la cara de bruja de la directora. 

 Su padre, en cambio, iba con su conversación interna, meditando sobre cómo empezaría a contar lo que le estaba sucediendo. Agustín le preguntó a su padre: 

 —¿Te gustaría entrar a tomar algo caliente o a comer un postre? 

 —¡Si claro! Este es un bonito lugar —contestó Antonio señalando el bar que estaba en la esquina. 

 —Espera, padre, quisiera sentarme en la plaza para dejar que Pancho juegue un poco, y ahí me dirás lo que quieres contarme. 

 Antonio asintió, y se dispuso a limpiar con la gorra de Agustín el banco de piedra que estaba algo mojado. 

 —Agustín, quisiera que me prestaras atención —dijo su papá. 

 Antonio, mientras la voz le empezó a bajar de tono, y con un ritmo tierno y dulce le empezó a hablar a su amado hijo. Volvió a hacer otros comentarios sobre su enfermedad y de sus miedos por dejarlos abandonados. 

 Un relato que a Agustín le pareció ya conocer. No le costaba trabajo recordar algunas situaciones de su vida anterior. El camino que su padre quizás iría a recorrer si muriera, él ya lo conocía. 

 Agustín escuchó con amor y con el corazón abierto las palabras de su padre, y de pronto las lágrimas de los dos empezaron a fluir, y el abrazo tampoco se hizo esperar. 

 Un abrazo que Agustín hubiera querido que durara para toda la vida, un momento que el hubiera querido detener, pero el tiempo es un tirano y ni en momentos tan fuertes como ése se detiene. 

 Tan solo queda disfrutarlo y guardarlo en el alma. 

 Agustín, con cierta timidez y con un poco de miedo de que su padre no le creyera, le contó de qué modo él recordaba algunos pasajes de su vida anterior y otras experiencias que le habían sucedido con los Maestros del Cielo. 

 Y Antonio, como toda persona que se encuentra indefensa ante las tragedias de la vida, decidió creer la fantástica historia que su hijo le había relatado. Además, ese relato le daba cierta tranquilidad. 

 —La muerte no existe, es tan solo un cambio de ropa, como otros cambios —dijo Agustín de lo más sonriente a su padre—. Tú crees que aquí se acaba todo y no es así; nosotros, los que nos quedamos sufriendo por los que se nos van, somos egoístas y queremos que quienes amamos estén siempre con nosotros, y esto es imposible. Tendríamos que nacer sabiendo ya que todo tiene un principio y un fin. Y que quien vive bien, muere bien. 

 A veces los médicos dan dictámenes equivocados, y sus diagnósticos no siempre son exactos, no son como las matemáticas, en medicina dos más dos no es invariablemente cuatro. 

 Los remedios no siempre sanan, pero lo que sí puedo asegurarte es que hay una medicina que es el mejor bálsamo para el dolor, para el sufrimiento o para la incertidumbre, y ésa es la Fe. 

 Sé fiel, padre, a la vida. Ser fieles, creer, quien no se es fiel a si mismo, no podrá ser íntegro consigo mismo. 

 También pregúntate qué deberías aprender de todo este proceso, y para qué te puede ayudar la experiencia de estar enfermo. 

 Yo le pediré a todos los Seres de Luz que te den las respuestas que más necesitas, y te voy a mostrar que los milagros también existen. 

 —Hijo, me colma de orgullo tu sabiduría y tu amor, pero estoy seguro de que me queda poco tiempo, y por eso te quiero pedir que no te olvides del amor que les tengo a ti y a tu madre. 

 —Si tú nos quieres tanto, ¿Por qué nos quieres abandonar? ¿Por qué te has enfermado? 

 —No lo sé. ¿Siempre te enfermas por alguna razón? ¿Tú crees eso? —preguntó fastidiado Antonio. 

 —Si, padre, estoy seguro de lo que te estoy diciendo. Siempre hay un “para que”, aunque sea en una enfermedad. 

 —Entonces soy una excepción, porque no puedo encontrarla. ¿Tú me puedes ayudar a descubrir qué es? 

 —No, papi, yo no lo sé. Quizás te callaste demasiadas cosas. Nunca te escuché gritar, jamás te vi enojado. Y mira que mami no es ninguna santa. Si hay alguien que puede sacarte de tus casillas es ella. 

 —Pobre mamá, si supiera lo qué estamos diciendo de ella, estaría furiosa.

 Las risas y el llanto se unieron en un abrazo, 

 —No me dejes papi, ahora que te necesito tanto para que me acompañes en esta etapa de mi vida. 

 —Tú tienes la buena suerte de saber mucho de esta vida, y de cómo comunicarte con Dios. No me pidas algo que no depende de mí. Yo prometo trabajar en mí, y hacer todo lo que este a mi alcance para salir de esta dolorosa situación. 

 Pero si esto no sucede, si el milagro no aparece, entonces, ¿qué harás? 

 —Te llevaré en mi corazón y en mi Alma toda la vida, le hablaré a mis hijos de su abuelo, cuidaré a mamá, haré todo lo que me haga feliz, para que te sientas orgulloso de mí. 

 Y tú me visitarás en sueños, yo te soñaré de modo diferente de vez en cuando, y sabré que en cada sueño estarás entrando en mi alma, sabré que no estás en el cementerio, ni en las cenizas, porque estarás a mi lado, hasta que tu Alma decida volver a tomar otro cuerpo. 

 Pero algo si te puedo asegurar, y es que no dejarás de cuidarme, sino hasta que me veas suficientemente fuerte para cuidar de mí mismo. 

 Ningún espíritu abandona al que queda, sin tener la certeza de que quien se queda estará bien en algún momento. 

 —Y yo, desde el lugar donde me encuentre, querré siempre verte sonreír, quisiera que te conviertas en un gran hombre y sobre todo estaré velando por tu felicidad, y tú sentirás en tu corazón todo el amor que te tengo. 

—Pensemos también que te puedes sanar, y tú podrías darle a esta vida otra oportunidad. 

 De los ojos de Agustín comenzaron a brotar lágrimas. El padre lo tomó de la cabecita, lo acarició y se quedaron abrazados unos minutos. 

 Agustín quiso hacerse el fuerte y secando las lágrimas de ambos con su pañuelo le sonrió a su padre. En un momento se levantó del banco y fue a abrazar a su perro que se había enredado con el collar, lo desató suavemente, le hizo una seña a su padre para que se levantara y los dos se dispusieron a seguir el paseo. 

 Antonio le propuso caminar hacia la calle principal del pueblo, y en vez de llevarlo a tomar el postre, le dijo que quería hacerle un regalo para que siempre lo tuviera presente. 

 Agustín le dijo que no hacía falta que le hiciera ningún regalo, porque los recuerdos tenían que ver con momentos y sensaciones, no con cosas. 

 —Ésa es tu forma de pensar y la respeto —dijo su padre Antonio—. Pero ahora déjame hacerte el regalo que quiero, déjame darme ese gusto. 

 Antonio pensó en todas las veces que no había tenido dinero para regalarle a su hijo lo que deseaba. Agustín siempre recibía los regalos usados, aunque para él eran nuevos. Y Antonio pensó en cuántas veces nos damos cuenta de los errores que cometemos en los momentos difíciles, en los momentos culminantes. 

 Agustín dedujo la charla interna de su padre, y sin hacerle ninguna pregunta dijo: 

 —Todos aprendemos en momentos difíciles. Para eso sirven estos momentos, sirven para cambiar. Recuerda, padre, que nunca se cambian los jugadores cuando se va ganando el partido. 

 Antonio ni siquiera escuchó el comentario, solamente le pidió a su hijo que se quedara unos minutos afuera de la librería para entrar a comprarle un regalo que le había elegido. 

 Agustín, con ese respeto amoroso que sentía y con una sonrisa de amor y pena, miró el cartel de la librería y le encantó su nombre: "Librería de la Fe".

 En cuanto bajó la cabeza le respondió a su padre: 

 —Te espero aquí. 

 Mientras Pancho se disponía a usar el árbol que estaba en la puerta del pequeño negocio, Agustín no dejaba de pensar en por qué la vida tendría que tener estos condimentos tan amargos, 

 Antonio entró, pidió unos libros y compró unos dados. Escribió una dedicatoria en una de las hojas y salió contento del lugar. 

 Le entregó a su querido hijo el regalo. Agustín no esperó a llegar a su casa, rompió la envoltura, abrió los libros y quedándose maravillado con los dibujos que tenían, preguntó: 

 —¿Es un juego, verdad? —Si, se llama rol, podrás armar tu propia historia, podrás convertirte en mago, guerrero, sacerdote, o elegir en lo que te quieras convertir. Te enseñaré a jugar en cuanto lleguemos a casa. Eso sí, tienes que jugarlo entre amigos. Cuantos más sean más se van a divertir. 

 —Pero, papi, si sabes que me gustan los juegos en los que puedo estar solo, y que no tengo amigos. 

 —Eso es lo que me preocupa de ti. No sé cómo no te aburres con tanta soledad. 

 —No me aburro ni me siento solo, 

 —¡Pero eso no es normal! Pareces autista. 

 —Sabes que no lo soy, ¿o de verdad lo crees? 

 —¡Demuéstrame que eres capaz de salir a invitar a tus compañeros a jugar este juego! 

 —Es que pierdo tiempo cuando estoy con ellos. Siento que no hablan mi mismo idioma. 

 —Pero si todos son de este país. No te entiendo. ¿De qué idioma hablas? Y la expresión de Agustín se transformó en disgusto. 

 —Habla hijo, ¿qué idioma? 

 —Ya lo sabes. 

 —Ah… claro, nadie habla de energía ni de campos áuricos, ni de Ángeles, ni de transformación de crisis como tú. Déjame decirte algo, hijo querido, no pareces de este planeta. 

 Creo que te equivocaste, hijo, naciste en un lugar donde tus compañeros, e inclusive nosotros, no sabemos nada de lo que nos cuentas. Y sin embargo eso no significa que los demás no puedan ser tus amigos. 

 —Sí, pero no son mis pares. Yo debería despertarlos para poder ayudarlos a que evolucionen y tomen conciencia del poder divino que llevan dentro. 

—¡Deja eso para la iglesia! Entiende de una vez por todas, tú sólo dedícate a jugar y por favor hazte de amigos, a la larga te será útil en la vida, y además no podrás jugar este juego si estás solo. 

 —¿Por eso lo compraste? 

 —No te enojes conmigo —dijo Antonio riéndose pícaramente—. Este juego tiene también ese pensamiento mágico que a ti tanto te gusta. En él estarás creando conjuros, estarás rodeado de Hadas, Elfos y Duendes, así que no fui tan egoísta, en parte escogí el regalo pensando en lo que te gusta. 

 Agustín siguió estando serio. Ahora él había entrado en una profunda conversación interna, en la que se decía: “No tendría que haber nacido aquí. Este no es mi mundo, ésta no es mi gente”. 

 Y Agustín llegó a asustarse con ese pensamiento en cuestión de segundos.

 Iban los dos caminando, subiendo hacia el camino que conducía a la casita, y el paso de Agustín sin querer se había vuelto mas rápido de lo habitual, olvidándose de que su padre se agitaba al caminar. Cuando el niño salió de su íntimo pensamiento, miró hacia atrás y vio a su padre caminar encorvado, pálido, flaco y se dio cuenta de que no le quedaba mucho tiempo para aprovecharlo. Se volvió corriendo y siguió caminando a su lado, ni más lento ni más rápido, sólo acompañando el paso y cambiando el tema de conversación. 

 Él decidió ignorar esa sensación poco placentera que le producía el tener que estar con personas a las que quería, pero con quienes no soportaba pasar mucho tiempo. 


Extracto de: "Francesco decide volver a nacer" 

De: Yohana Garcia




DE: YOHANA GARCÍA ... "FRANCESCO - NACER es TODO un TRABAJO PARA QUIENES SE ANIMAN A HACERLO" ... 3a Parte ...

Francesco 
Nacer es todo un trabajo para quienes se animan a hacerlo. 
 Cada Espíritu que se anima a ser gestado sabe que al querer vivir va a tener muchas ganas de querer lograr cosas, porque estará colmado de Esperanzas. 


 También para entretenerse mantendrá activos los defectos con los que va a lidiar el resto de sus vidas. 

 Por lo menos con sus pequeños o grandes defectos mantendrá entretenidos a los que lo rodean. 

 Tú ya tienes la felicidad de estar en la aventura de la vida. 

 Y el Francesco ése, el de antes, ahora convertido en Luz. Una luz de esplendor, amor e inocencia, bajó planos, recorrió con cierta rapidez cada uno de ellos. Mientras avanzaba en su descenso, el Cielo iba cambiando de aromas, de perfumes, de cantos, de coros angélicos y huestes celestiales. 

 Y él fue en busca de esa energía que emanaban los padres que él había elegido tener. 

 El espíritu de Francesco había merodeado durante dos años el bonito cuerpo de su madre. 

 Él entró uniéndose al cuerpo de su progenitora. 

 Pero luego una fuerza, una fuerza inmensa, lo tiró hacia arriba. En segundos volvió a estar en el mismo lugar del Cielo y hasta con el mismo Maestro que le había dado tan cariñosa dependida. 

 Ya en la Tierra habían pasado tres meses. —¿Qué haces nuevamente aquí?

 —Pues no lo sé, creo que hice algo mal. Estoy en el Cielo nuevamente, ¿No es así? 

 —Claro que lo estás… pero quédate tranquilo, volverás a la Tierra. Es que algunas veces el sistema de nacer falla. Tienes que hacerlo con mucha más lentitud, a veces se necesita un poco de paciencia. Volverás a entrar, pero ¡¡Hazlo con ganas!! 

 —¡Es que lo hice con ganas, me gustó hacerlo! 

 —Por eso mismo te lo digo. Cuando entraste al cuerpo de tu madre con tantas ganas, sin querer lo hiciste de un modo brusco y entonces el cuerpo de tu madre no soportó tanta energía y abortó el espíritu. Ahora tienes una nueva oportunidad, así que vete, ya es hora. 

 —Está bien, lo intentaré nuevamente. ¡Adiós Maestro! 

 —Adiós, mí querido Francesco. 

 Francesco entró, por fin, al cuerpo de su madre, y se quedó calientito nueve meses, a veces con ganas de estirarse. Otras veces podía atisbar un poco la Luz del sol, pero tuvo que armarse de paciencia para esperar las nueve lunas hecho un ovillo. Unas veces dormía, y otras sentía que el lugar lo iba apretando, ya no veía la hora de nacer para conocer a su madre, quien junto a él le mostraría la vida. 

 El bebe en algunos momentos podía escuchar las voces de sus padres.

 Amaba el latido del corazón de su madre y a medida que iba creciendo en el vientre, el lugar le iba quedando más pequeño, y él pateaba con sus piernitas y sus piecitos, recién terminados por la sabiduría de las células perfectas creadas por el Gran Padre. 

 Había momentos agradables, como cuando se colocaba un dedo en la boca y sus manos le parecían mágicas y divertidas, pero de vez en cuando una luz le molestaba. 

 Después pudo darse cuenta que esa molestia la causaban las benditas ecografías, donde sus padres podían espiarlo. Algo que él también hubiera querido hacer, pero todavía no se ha inventado máquina alguna que ayude a los bebés a curiosear a sus padres. 

 —¿Cómo será nacer? —se preguntaba el bebé—. ¿Por qué no habré elegido ser mujer? Ese detalle se me pasó por alto —pensaba la conciencia del bebé—. ¿Será que estos papas necesitan un varón?, ¿será que en mi próxima vida elegiré ser mujer? ¡Ellas son lo más bendito que existe en la Tierra! 

 Y pasaron las nueve lunas, los nueve meses de espera, esa expectativa que en los últimos días se hace eterna. Él empezó a sentir que el lugar que lo cobijaba ya le estaba dando la despedida. Las contracciones del útero empezaron a empujar su cuerpecito y en la bolsa que lo cobijaba ya no estaba ni siquiera su agüita calientita que lo acariciaba. 

 Alguien lo tomó con un guante, le torció un poco la cabeza, y eso dolió. Segundos después se vio tomando su primer respiro, y a pesar de que la otra mano del guante le dio un golpecito en el trasero, él sólo atinó a reír. Hacía mucho frío donde estaba, pero la temperatura no obstaculizaba su sensación de inmensa felicidad. Su amorosa madre lo abrazó y él sin poder ver con claridad creyó advertir lágrimas de alegría en ella. Estar en los brazos de la madre era tener la misma sensación que estar flotando en el Cielo. 

 ¡Hay tantas formas de estar en el Cielo mientras estás en la Tierra!, le había dicho una vez un Maestro del Cielo al Alma de Francesco. 

 Y en las salas de partos y en los quirófanos, los Ángeles asisten, como el Arcángel Rafael, que hace símbolos en los vértices de las paredes para proteger el cuerpo del recién nacido. 

 Cuando un bebé nace, los Ángeles que están en la sala de partos aplauden y bailan entre ellos. Mariposas celestiales aletean alrededor de los angelitos. Los duendes de la Madre Tierra saltan encima de la camilla sin que nadie se dé cuenta. Un libro dorado salta de las bibliotecas sagradas y se abre en la primera página. Y ahí se empieza a armar el primer capítulo. Cuando el bebé toma el primer respiro, Dios le tira un beso. 

 También mientras alguien está naciendo, en algún otro lado alguien se va. Pero el que se va también se va de fiesta, y en el túnel de Luz todos se cruzan yendo y viniendo, tomados de las alas de los Arcángeles. Andan saltando, riendo felices de atravesar una y otra vez el espacio del tiempo. Porque vivir es maravilloso, estés donde estés, y si alguno de estos bebés que nacen decide irse apenas salió de su mamá, también se va riendo.

 Entonces, ¿para qué temer? 

 En eso un Ángel acarició la mollerita del bebé diciéndole: —Bienvenido a la fiesta de la vida. 

 Ahora empezaba la aventura de Agustín, así sería como lo llamarían sus padres. 

 El Francesco que había muerto enojado, que había vivido experiencias maravillosas en el Cielo siendo alma, ahora tenía un cuerpecito y una memoria prodigiosa, en la cual recordaría cada suceso y enseñanza del Cielo.

 Agustín fue creciendo en una casa llena de amor, situada en una pequeña aldea del Sur de Italia. Su hogar estaba enclavado en lo alto de una colina. Su casa tenía un gran jardín, lo visitaban mariposas, pajaritos y el sol iluminaba cada rincón de su hogar. La casa, pequeña y acogedora, despedía el aroma de sus comidas y postres preferidos. 

 Su madre era una mujer callada, exigente, cariñosa y muy poco alegre. Su carácter tendía a ser melancólico. Ella repetía una y Otra vez que no quería esa casa porque le resultaba alejada de todo el resto de la gente. 

 Su padre era un hombre trabajador, medio quedado en sus ambiciones, que trabajaba en el campo haciendo diversas tareas para el dueño, que siempre le mandaba algún regalito usado para su amado hijo Agustín. Y ante ese regalo que el recibía como un tesoro, su padre decía: 

 —La basura de algunos es tesoro de otros —como enojado por no contar con los medios para darle a su hijo el mismo regalo pero sin estrenar. 

 La relación familiar era armoniosa y muy rutinaria. Siempre se realizaban los almuerzos a la misma hora, ni un minuto antes ni después. En las noches, la familia se dormía a la misma hora, y los fines de semana se hacían siempre los mismos paseos. 

 Agustín ni siquiera tenía amigos, y anhelaba tener un hermano para compartir sus juegos, pero ese hermano jamás llegó. 

 Llegado el momento, Agustín empezó a asistir al jardín de niños. Fue toda una experiencia, no le gustaba. Él sólo quería jugar con sus amigos imaginarios en el jardín de su casa, le gustaba inventar historias y creérselas. Amaba la naturaleza, las flores y entre ellas las rosas. En los frondosos rosales que cuidaba su madre, él se entretenía escondiendo juguetes como si fuera un lugar secreto, y luego los iba a buscar con la alegría de encontrarlos acompañado por algún insecto, a los cuales incluía en sus juegos como otro juguete más. Las rosas le hacían recordar algo muy dulce que le había ocurrido en algún momento del pasado, pero no podía recordar que. 

 En el jardín de niños no había juego que lo entusiasmara, trataba de portarse bien pero siempre hacía algo que terminaba en un reporte de la maestra a la madre. 

 Su mamá, Mónica, decía que él era caprichoso e introvertido, pero con un corazón muy noble, y en el fondo muy bueno. Al niño, lo de caprichoso no le gustaba mucho, pero interpretaba que él era bueno cuando estaba en el jardín atrás de su casa, porque no molestaba. 

 Una vez escuchó a su madre decirle a una vecina que estaba preocupada por él, porque su niño era algo raro, que andaba demasiado tiempo hablando solo, y que a veces hacía comentarios extraños, sobre cosas incomprensibles para ella. 

 A Mónica, lo que más le preocupaba eran las horas que su hijo se quedaba mirando hacia el Cielo, hipnotizado por el color del firmamento y el pasar de las nubes. 

—Dice que habla con su Ángel —le comentó la madre a su vecina—. Nunca le hemos hablado de Ángeles, ¿será normal? —expresó Mónica a Marta, su única amiga. 

 —No sé, Mónica, el niño está demasiado solo, quizás debas mudarte, encontrarle amigos… Tienes que tener cuidado, esta etapa de su vida es primordial para su personalidad. 

 Después de escuchar esa conversación, Agustín se juró ser sólo un niño más. Ya no contaría nada de su Ángel, al que él llamaba Aniel, y no miraría al Cielo ante otros con tanta insistencia como lo venía haciendo hasta ahora, sólo lo seguiría mirando disimuladamente. Él sólo quería saber si desde el jardín de su casa llegaría a ver alguna señal de los Cielos que había conocido mientras era tan sólo un alma. Sólo era un poco de curiosidad. No creía estar haciendo algo malo, como para causarle tanta preocupación a su madre. 

 —¡Pero el mundo de los mayores y el de los niños son tan diferentes! —pensó Agustín. 

 Lo que Agustín no sabía era que desde arriba lo observaban, lo tenían muy presente. Los Maestros Celestiales sabían muy bien que él no sería un Alma común, aunque ninguna lo es. A él en su vida anterior no le gustaba cumplir años, pero los Maestros le enseñaron que el día de nacimiento de cada persona es sagrado y como tal habría que festejarlo. 

 Así que en esta vida esperaba con ansias su cumpleaños. El día 5 de febrero sería el cumpleaños del niño. Él en esta vida soñaba con una gran fiesta, pero toda su familia eran tan solo ellos tres. El resto estaba viviendo en España. Su cumpleaños lo festejaría también con sus compañeros del colegio, aunque eran sólo compañeros. 

 Agustín iba por su octavo cumpleaños, no sabía por qué, pero éste sería un año importante para él. Siempre llovía para su cumpleaños, la lluvia se convertía en nieve que siempre terminaba tapando los caminos, lo que hacía imposible que pudieran llegar a su casa. 

 La comida estaba preparada, la leche en jarras de vidrio con muñecos de Mickey, chocolates y dulces, algunos sándwiches y gaseosas. Al lado de la chimenea las bolsitas con los juguetes de suvenir, Jugarían a algo, lo que sea, y lo más probable es que se quedaran dentro de la casa porque en el jardín el frío congelaría a sus amigos. 

 Agustín esperó ansioso todo el día a que llegara la hora indicada para empezar con el festejo, pero la primera hora pasó y la segunda también sin que llegara nadie. 

 Otra vez la nieve, los llamados de felicitaciones y las disculpas de las ausencias, todas hechas por los respectivos padres de sus compañeros mientras éstos, enojados con el mal tiempo, insistían en ir a saludar a ese compañero tan singular que se hacía querer apenas lo conocías. 

 Agustín no dijo una sola palabra, comió, miró la televisión y sus padres le cantaron su feliz cumpleaños. 

 Agustín terminó de darle el soplido a la última vela y comentó en voz muy baja: —Un cumpleaños más, con ganas de festejarlo, sin amigos, y pensar que… 

 En cuanto su madre buscó los cerillos para encender la vela y el padre fue en busca de su cámara de fotos, Agustín colocó su anillo, el que llevaba un círculo con el símbolo del Yin y el Yang. 

 —Y pensar… 

 —¿Y pensar que qué…? —preguntó su madre. 

 —Nada, mamá —contestó el niño—. Me voy a dormir, estoy cansado. ¡Maldito cumpleaños! —dijo, y pegó un portazo. 

 Llegó a su habitación y se tiró en la cama a llorar desconsoladamente. “Y pensar que en la vida anterior todos deseaban festejar mi cumpleaños pero yo lo odiaba, ahora que lo quiero festejar no hay gente para brindar. ¿Será que Dios le da pan a quién no tiene dientes?”. 

 Los Maestros lo observaban, y decidieron festejarle ellos su día haciéndole un hermoso regalo. De pronto a Agustín se le apareció su Ángel en los pies de su cama. Era la primera vez que lo podía ver tan presente, tan nítido, casi humano. Brincó de alegría, hasta podía tocarlo, toco sus alas una y otra vez, lo acariciaba, él saltaba en la cama, lloraba de alegría y le soplaba la cara a su Ángel Aniel, a ver si desaparecía, pero el Ángel no se iba porque quería estar con su protegido. 

 Aniel lo abrazó y le susurró al oído cuánto lo amaba. El abrazo de los dos se perdía en el tiempo y en el espacio, un abrazo de amor intenso, a falta de todos los abrazos que no pudieron darle sus compañeros de la escuela. El Ángel lo soltó suavemente y le dijo: 

 —Agustín, mírate en el espejo, quiero que veas tu aura. 

 Agustín se secó las lágrimas, se bajó de la cama y caminó hacia el espejo que se encontraba dentro del closet. 

 Se miró y exclamó: —¡Guau, estoy cubierto de una luz azulada! ¿Qué es esto? 

 —Eso significa que eres un niño índigo, que tienes una Luz diferente a los demás, que eres como otros niños que están naciendo en tu misma época. Todos los de tu edad y algunos otros más grandes que tú, tienen el aura de ese color. 

 —¿Y esto qué significa? Es que sigo sin entender. 

 —Significa que vienes a cambiar las conciencias de otras personas, que mientras duermes tu Alma viaja para encontrarse con otros niños como tú, y lo que hacen entre todos es crear paz en este mundo. Pero no todo es de color azul, hay algunos pequeños detalles que debes saber. Te costará poder concentrarte en las tareas de la escuela que no te gusten, las reglas o condiciones que te impongan te serán desagradables y deberás dominarte para respetarlas, serás rebelde para los adultos. Debes intentar comprender a tus padres, porque ellos no podrán entender tus reacciones. 

 Te gustará estar solo, amarás la música, el arte, el vértigo, eres y serás sumamente intuitivo. Escucharás tu percepción y la razón luchará para que vayas hacia la lógica, pero recuerda que no siempre el sentido común tiene la razón. “La intuición tiene razones que la razón no entiende”. 

 Pasará mucho tiempo hasta que vuelvas a verme, pero igualmente yo estaré siempre contigo. Dime lo que necesitas y seré el mensajero de tus pedidos más sentidos. Te escucharé siempre y te abrazaré cuando me lo pidas. Sé que te sientes solo. Aún eres pequeño para ese sentimiento, a veces lamento que desde el Cielo te hayamos dejado nacer sin pasar por la Ley del Olvido. Quizás tendrías que vivir como cualquier otro niño, con una vida más normal, no tan solitaria ni aburrida, 

 —Pero yo no me aburro —dijo Agustín refregándose los ojos mientras miraba el rosario que colgaba en la cabecera de su cama. 

 —¿Eres feliz? —preguntó el Ángel. 

 —No lo sé. Creo que soy raro, eso dicen mis padres y me lo estoy creyendo.

 —¡Creencias! Eso es lo que hacen los padres. Te dejan creencias. Algunas te servirán para vivir y otras serán obstáculos para superar. 

 —De cualquier modo, se qué no soy común. Todo me parece maravilloso, cada amanecer, cada flor que sale del jardín, cada beso de mi mamá, o cada salida con papá, pero… 

 Agustín se olvidó de lo que iba a decir. Aniel esperó que terminara, pero Agustín se olvidó de lo que iba a decir… sólo atinó a regalarle al Ángel una sonrisa y a hacerle un pedido. 

 —Dile a Dios que lo amo y que lo seguiré amando eternamente, pase lo que pase en mi vida. 

 El Ángel le acarició su aura azulada y se quedó a su lado hasta que Agustín se quedó dormido. 


Extracto de: "Francesco decide volver a nacer 

De: Yohana Garcia 

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DE: YOHANA GARCIA ... "FRANCESCO - VOLVER A EMPEZAR" ... Parte 2...

Francesco... "Volver a empezar". 
 Ésta es la aventura que estoy por emprender. 

 Tú me conoces, soy Francesco, te conté mi experiencia vivida en el libro anterior; ahora estoy perdiendo mi identidad en el Cielo y pronto, muy pronto, seré uno de ustedes. 

 Nada me haría pensar que yo viviría con miedo esta próxima vida. 

 Yo los miro a ustedes desde donde me encuentro, y les juro que me dan muchas ganas de gritarles ¡ya basta de…! 

 Veo cómo sienten que la vida los abruma, y sin embargo todavía no sé qué sentiría yo en su lugar. 

 Como Espíritu que soy, muchas veces paso alrededor de algunas personas, pero ni siquiera sienten mi presencia cuando los abrazo, casi no se dan cuenta de lo que no pueden ver con sus propios ojos. ¡Y lo que ven, si les duele, tampoco lo quieren ver! 

 Pero no los estoy regañando aunque así pareciese. Sólo deseaba representarles lo que siento, porque aunque no tenga un cuerpo físico no estoy mudo. 

 Sé que mi voz es débil como la de todos los espíritus, por eso mi voz se escucha como un susurro, hasta a mí me da impresión de cómo suena ante la gente. 

 Pero las cosas están así, no queda otra que aceptar lo que nos toca vivir estemos donde estemos. 

 Por eso todo es cuestión de actitud, no de lo que te sucede, sino de lo que hagas con lo que te sucede. 

 Aunque no estoy con vida como lo estas tú, de cualquier forma puedo ser feliz a mi modo, incluso todo el tiempo, Y tú también puedes serlo siempre que quieras y te lo propongas. 

 No le eches la culpa a nadie de lo que te sucede, ni tampoco de lo que te ha sucedido, tampoco te enojes con Dios. Él tiene una gran imaginación y muchas veces es el socio más apreciado que tienes. 

 Amalo como si fuera lo único que tienes, que en realidad es así, Él es el único incondicional contigo. 

 Amalo aunque no creas en Él. Ama lo que quieras pero no ames con egoísmo, no ames como si algo o alguien fuera de tu propiedad. No tienes nada tuyo, sólo tu actitud de lo quieras hacer tanto en la Tierra como en el Cielo. 

 El mundo no es algo separado de ti ni de mí, el planeta Tierra es la relación que establecemos entre tú y yo. Así pues, el problema somos nosotros, no el planeta. 

 Y como no conoces el Cielo sino que sólo conoces la Tierra, me querrás preguntar cómo será morir. 

 ¿Cómo será entrar en ese enigma de traspasar el puente? Es que cuando alguien muere no hay argumento alguno, no hay forma de entender semejante traspaso espiritual. 

 Cuando la muerte llega no da explicaciones, y ningún avance de la ciencia les puede mostrar lo que existe de este otro lado. 

 Para enfrentarte con el fin de tus días, para que estés seguro de que sigues vivo, tendrías que estar muriendo todos los días, muriendo para cada relación que produce tu apego. 

 Desapegarte de la angustia que muchas veces te invade, de la ansiedad que hace estragos en tu vida, desapegarte del apego es la única salida que tienes para continuar en un mundo mejor. 

 En cada muerte hay un hermosísimo renacer, Y no hay que confundir renacer con continuar, porque lo que continúa con el tiempo se deteriora, pero lo que renace es eterno. 

 Entonces te invito a que comiences a enterarte de lo que me ha sucedido en esta próxima vida que estoy por emprender. 

 Gracias por acompañarme, Tu querido Francesco 

 (Prólogo realizado por el mismo personaje que le dictó a la autora el libro de su mismo nombre; Francesco: una vida entre el Cielo y la Tierra.

 No llores por mí 

 No llores si me amas. 

 ¡Si conocieras el don de Dios y lo que es el Cielo! 

 ¡Si pudieras oír el cántico de los Ángeles y verme en medio de ellos! 

 ¡Si por un instante pudieras contemplar como yo la belleza ante la cual las bellezas materiales palidecen! 

 ¿Me has amado en el país de la sombras y no te resignas a verme en el de las inmutables realidades? 

 Créeme, cuando llegue el día que Dios ha fijado y tú Alma venga a este Cielo al que te ha precedido la mía, volverás a ver a Aquel que siempre te ama, y encontrarás su corazón con la ternura purificada, transfigurado, feliz, no esperando la muerte sino avanzando contigo en los senderos de la Luz

 Enjuaga tu llanto y, si me amas, no me llores. 

 San Agustín 

 UNO - Volver a empezar 

 Mientras tu vida transcurra en el tiempo, sería importante que la pudieras transitar por caminos firmes, pisando fuerte el presente, sin embarrar el futuro ni tapar de polvo el pasado. 

 Ni siquiera Dios puede cambiar el pasado. 

 Si viniera de rodillas quien en algún momento te hirió no cambiaría para nada tu vida. 

 Pero tú puedes perdonar y soltar las situaciones del pasado porque no vale la penar andar penando por lo que ya se rompió. 

 Suelta todo dolor, no tapes de polvo tu futuro amoroso y brillante. 

 (Discurso que el Señor Destino les dio a los humanos mientras dormían.


 Y Francesco se lanzó a la aventura de vivir. 

 Mientras su Alma flotaba suavemente, iba bajando rápidamente hacia el planeta Tierra. 

 Él podía sentir cómo su Alma se iba impregnando de colores pastel que la energía del sexto Cielo le pintaba. Esa Alma iba pasando de un Cielo al otro, al mismo tiempo que intentaba tomar conciencia de que por fin le había llegado la hora en su gran aventura de vivir nuevamente. 

 Francesco ahora sabía que volvería a tener las dosis de osadía y coraje fundamentales para estar en un mundo tan temido por algunos y tan mágico para otros. 

 Por mucho que quería mantenerse quieto, su Alma iba zigzagueando en el aire, del mismo modo en que zigzagueas los pies cuando bajas las escaleras de una pirámide, para no perder el equilibrio. 

 El Alma viaja a una velocidad asombrosa, ni siquiera existe algo que pudiera medir su rapidez. 

 No se puede comparar en nada a la velocidad de una nave espacial, ni a la velocidad a la que viaja la Luz. 

 Traspasar los planos celestiales es vértigo puro, es la misma sensación que un orgasmo mágico. 

 En cada Cielo hay diferentes clases de Ángeles, diversos Maestros, y múltiples guías que están para cumplir una función amorosa y luminosa. 

 El Alma de Francesco descendía y descendía… 

 Cuando su Alma estaba llegando al planeta Tierra, desde un lugar del Cielo una voz muy grave y con un tono muy alto, le dijo al Alma de Francesco:  

—¡Detente, almita de Luz! 

 Y Francesco se detuvo asombrado, jamás se le había ocurrido pensar que interrumpirían su nuevo camino. 

 Como toda Alma con conciencia, se preguntó si estaba haciendo algo mal.

 Francesco preguntó asombrado: 

 —¿Qué quieres? ¿Por qué me interrumpes? 

 — Permíteme detenerte —dijo el Maestro de la voz grave—. ¡No puedes seguir avanzando! Debes responder una pregunta muy importante para tu próxima vida, y además te equivocaste de camino, debiste haber elegido el que da a tu izquierda, es ese mismo camino que te había señalado el Ángel Querubín. Y te pasaste por alto el Cielo azul profundo. ¡Ese lugar es el más importante! 

 —Disculpa —dijo Francesco—, no sé de qué me hablas, ni sé quién eres. 

 — ¿Tú no estuviste en la conferencia donde se les enseña a los espíritus desencarnados el camino que tendrán que seguir para volver a ser humanos?

 —Ni siquiera llegó a mis oídos que ese camino existía, quizás se olvidaron de invitarme a esa conferencia. 

 —Es raro que esto suceda, y ahora ya es tarde para que lo aprendas. 

 —¡Que maravilloso! Mientras las madres hacen cursos para parir a sus hijos, los hijos toman clases para entrar en sus madres. 

 —Apurémonos, no hay tiempo que perder. ¡Cuanto antes tienes que estar en el Cielo que te indiqué! Ahora te lo estoy mostrando con mi rayo, sigue la estrella de seis puntas que te ilumina. Una vez que llegues, detente y no dudes en preguntar los pasos que debes seguir para que te asignen tu Misión.  

—Disculpa, Maestro, pero me has confundido. Yo venía tan encantado con la idea de volver a vivir que ni siquiera escuché si de otros Cielos me estaban llamando. ¿Cómo sabré cuál será mi Misión? 

 —Déjame ver en el libro de tu vida. 

 El Maestro lanzó un silbido, sus alas se movían como la llama de una vela en el viento. 

 Apareció de la nada un pequeño duende, con un sombrero verde que le tapaba la mitad de la cara. En su pequeña mano sostenía un gran libro de tapa dorada y hojas negras. 

 —Por favor, ábreme el libro de Francesco en donde están los capítulos más importantes de lo que irá a hacer en la Tierra —le dijo el Maestro al duendecillo. 

 —Es que… Maestro, ¿Cómo saber qué será lo más importante de la vida de Francesco? Tú me designaste para que te ayude en esta Biblioteca Akáshica pero no soy juez, y no puedo juzgar cuáles son las partes más importantes y cuáles no. 

 —Tienes razón, duendecillo, tú no tienes por qué saber de qué se trata la vida de las personas. Entrégame el libro y hazme el favor de fertilizar el jardín de los recién llegados. 

 —Francesco, éste es tu libro, algunas hojas ahora están sin llenar. Cuando estés en el mundo como materia, se irán escribiendo las líneas que ahora faltan, se llenaran las páginas con experiencias y, cuando termine tu vida, volverás aquí a leerlo con nosotros. 

 —Este proceso se repetirá una y otra vez, aunque tu Alma no lo recordará. Así, ella creerá que es la primera vez que nos visita en el Cielo. 

 Ahora elegirás una fecha para nacer, yo ubicaré los planetas que te regirán y además tendrás unas cuantas opciones para elegir un patrón de conducta a transitar. 

 Tu Misión te la regalará Dios y eso será un bautismo de amor. 

 Sé que ustedes al destino le dicen Karma, una palabra que usaron desmesuradamente en la Tierra. Cuando vuelvas a mencionar al destino, cámbiale el nombre, porque aquí en el Cielo la palabra "karma " suena a castigo y tú sabes que el castigo divino no existe. 

 Acaso ustedes no dicen, ¿qué hice yo para tener este karma? Cuando entran ustedes aquí como espíritus recién desencarnados, muchas veces se asustan al ver cómo los llora su familia, y le atribuyen al karma la fuerza del escarmiento divino, como si la vida fuera premio y castigo. 

 Querido amigo, olvídate ya de esa palabra. Por lo menos cuando vuelvas aquí olvídala, no se utiliza y aunque en la Tierra todos la nombran, nadie la entiende. 

 Misión es pasión y dar es el karma. ¿Castigo? ¿Qué puede ser castigo? ¿Un amor que se pierde? ¿Una enfermedad? ¿La falta de alguien que te ame? Las fatalidades, las pérdidas, la muerte, tarde o temprano esto está en la vida de todos. 

 Si existe la oscuridad es para que contraste con la claridad. 

 Si está el sufrimiento también está el goce. Así que aquí en este Cielo, a la palabra Karma le hemos cambiado el nombre. Ahora se llama "verde esperanza”. 

 —Ja, ja, ja, a que ustedes los Maestros le pusieron ese nombre porque también ven la vida color de rosa —se rió Francesco con muchas ganas. 

 —¿Y no es rosa? —dijo el Maestro algo molesto. 

 —Ahora en serio, Maestro. ¿Cómo haré para vivir mi Misión sin equivocarme?  

El Maestro con mucha seguridad y mostrándole un plano en el aire le dijo: 

—Es imposible que te equivoques, las misiones nunca se equivocan. Son dones de nuestro Gran Señor y recuerda, amigo, que “Misión es Pasión”. Cuando estés allí abajo, en su momento aparecerá lo que tú “Amas hacer”, y al hacerlo te olvidarás de que el tiempo pasa mientras estás conectado con tu Misión, y pierdes la noción del tiempo y del espacio. 

 Pero no te olvides que deberás elegir el patrón de conducta que irás a transitar. 

 —Y si no quiero elegir, soy libre, ¿o no? —Sabes, me recuerdas al Francesco que conocí, cuando recién entraste al Cielo. Ya sabes, libre sí, pero hay reglas. 

 —Te lo explicaré mejor: La vida es tan sólo un juego, juegas diferentes roles, serás el que ama, el que se siente solo, a veces serás el que se esconde en su cobardía y otras el héroe de tus propias aventuras. Serás víctima cuando no quieras asumir las responsabilidades de tu conducta, y serás el triunfador cuando elijas lo que quieras hacer. 

 Serás el detractor cuando critiques, y el constructor de puentes cuando te animes a amar. 

 Perderás energía cuando te conviertas ocasionalmente en un constructor de muros, o cuando te sientas herido por alguien y no desees exponerte al riesgo de amar sin apegos. 

 —¿Y cuál sería el mayor desafío que podría elegir en mi próxima vida? Dímelo Maestro, así me divertiré en ese juego, que en la vida anterior no me he atrevido a practicar. 

 —¿Tú quieres un buen desafío? Entonces déjame ver qué es de lo que más se quejan los humanos… Ya sé… ¿Quieres un gran desafío? Te sugiero que elijas tener la falta de amor, de esto es de lo que más se quejan allá abajo. Parece que sentirse solo debe ser el reto más grande. ¿Quieres elegir ese patrón? 

—¡Si, me convenciste! Elegiré el desamor. 

 —Entonces escribiré el título del capítulo de lo que irás a trabajar en tu vida. ¿Qué nombre le pondremos a este patrón? —preguntó el Maestro muy entusiasmado—. Ah… ya sé, tendrás carencia de amor en esta Misión.

 Colocaré la luna negra de forma que te apoye en esta travesía. Te pondré el nombre cósmico, y ahora adivina: ¿cuál será tu Misión? 

 —No se me ocurre cuál, ahora estoy desorientado, ¿podrías ayudarme? 

 —Sí, claro que puedo. Dime qué es lo que más te gustaría hacer si estuvieras con vida. 

 —Me gustaría casi todo, 

 -—¡Listo! —dijo el Maestro agitando sus alas—, ya tengo tu Misión. 

 —¿Y cuál es? —preguntó Francesco intrigado. 

 —Esta no te la diré, averíguala tú sólito. 

 —Muy bien, esta vez no me quejaré. Aceptaré la búsqueda. 

 —Tu campo áurico tendrá un color definido desde donde nosotros lo observamos, y con ese color nosotros identificamos la Misión de cada uno de ustedes. Tú no podrás ver tu propia aura, pero de vez en cuando habrá alguien que pueda hacerlo y te contará de qué se trata. 

 En estas imágenes que te mostraré… y presta atención, aquí, mira esta imagen. 

 El Maestro hizo un círculo en el aire, y se formó como una bola de cristal enorme que flotaba suspendida en la nada. 

 —Aquí están tus padres. ¿Ellos son los que habías elegido un rato antes de pasar por este cielo? 

 —Si me parece que son ellos. Elegí unos padres demasiado afectuosos, de esos que por amor te ahogan. Pero parece que me equivoqué, si trabajaré el desamor, ¡Esos padres no me servirán! 

 —Tu Alma todo lo sabe, no te has equivocado, recuerda que no puedes cambiar lo que has elegido. Déjate llevar en la vida, confía en Dios, en su Amor. Sabes que eres una chispita divina de él. Tú también eres Dios.

 Francesco, ya es hora que bajes a la vida. 

 Mira el mundo, observa la Tierra y el paisaje que elegiste, el lugar y la familia que te cobijará, y esa misma será la que formará tu carácter. 

 Sé muy bien que no olvidarás la experiencia que has vivido en el Cielo. Tú eres un elegido y harás un buen trabajo. 

 Vive la vida como un juego, el periodo que tú vivirás será la mayor parte del tiempo una ilusión. Diviértete, acuérdate que hay un solo mandato al que no le puedes fallar: sé feliz. 

 AMA, Y SI NO TE ENAMORARAS DE NADA NI DE NADIE, AQUÍ TE DIREMOS QUE LO HAS VIVIDO. 

 Vamos, baja, ya es tu tiempo de volver a ser un gran ser Humano. ¡VIVE A LO GRANDE! 

 —Bien, amigo, es momento de despedirme y darte infinitas gracias —dijo Francesco lleno de Luz. 


Extracto de: "Francesco decide volver a nacer" 


De: Yohana Garcia"