Enfermé y sufrí un ataque muy serio de fiebre glandular (mononucleosis infecciosa) y una noche, mientras me hallaba en el cuarto de baño, me desmayé. Había estado vomitando sangre y me desmayé. Me desperté en medio de un charco de sangre y cuando, al tratar de moverme, me di cuenta de que estaba paralizado, pensé: “Ya está. Ahora voy a morir”.
Y algo de eso –algo sobre lo preciosa que es la vida y lo rápidamente que podemos perderla- se quedó conmigo. Pocos días después, mientras estaba tumbado en la cama del hospital sintiéndome ya mucho mejor, todavía quedaban rescoldos de aquella experiencia. Fue como sí, hasta entonces, no me hubiera percatado realmente de lo valiosa que es la vida. La daba sencillamente por sentada. Mis esfuerzos por ser alguien habían acabado eclipsando el simple hecho de estar vivo. Pero, de algún modo, la experiencia que tuve en el cuarto de baño me impactó tan profundamente que me dejó el sabor de la muerte, su proximidad y lo fácilmente que todo esto puede desvanecerse. Así fue como caí en cuenta de la impermanencia de la vida. La enfermedad salió súbitamente de la nada, dejándome con la clara sensación de que esto puede desvanecerse muy rápidamente.
Jeff Foster
(Una ausencia muy presente de la editorial Kairós)
Publicado por Betina el octubre 30, 2015 a las 7:30am
Re-Publicado por ANSHELINA, la Luz que llama a despertar
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