CAPITULO 5 -
LOS YZHNÜNI -
EL SEGUNDO CICLO y
EL TERCER CICLO
¿Cómo pudo, la oscura minoría del Sacerdocio atlante, afectar tan drásticamente a la evolución de todo un planeta?
Antes de poder describir efectivamente los sucesos, que condujeron al cataclismo de la Última Generación, debemos volver brevemente a una sociedad atlante muy anterior, cuyas condiciones de vida y desarrollo cultural consideraríais “primitivos» según vuestros criterios actuales.
Estamos hablando del segundo ciclo de la civilización atlante, que acabó con el enfriamiento de la era glacial, que cubrió vastas áreas de la Tierra de gruesas capas de hielo de hasta cinco kilómetros de grosor. En torno al 28600 a. de C. ya había consumido las costas y las tierras atlantes, silenciando toda vida en esas regiones durante más de mil años.
Después llegó un rápido calentamiento que fundió el hielo y envió las aguas a los mares que rodeaban el continente; a pesar de las inundaciones de las áreas costeras y de las tierras bajas, la vida volvió a brotar en las tierras altas.
Vuestro planeta, desequilibrado por los grandes cambios magnéticos, ocurridos en los cuerpos celestes que resonaban con él, en el momento de la entrada de Nibiru (en torno al 32000 a. de C), cambió la inclinación de su eje, redefiniendo los polos norte y sur, y alterando drásticamente el clima, las masas de tierra y las aguas de Gaia.
Algunas áreas fueron devoradas por grandes glaciares en lo que consideraríais un “instante», haciendo que prácticamente toda la vida superficial quedara en suspenso durante miles de años. En otros puntos del planeta, las capas de hielo se extendieron sobre la tierra mucho más lentamente, miles de años después del cataclismo ocurrido en los polos.
En aquellos lugares donde el Homo sapiens tuvo tiempo de reaccionar a la aberración climática, hubo grandes migraciones a las tierras altas, aún inexploradas, de los continentes terráqueos: lugares como los Himalaya y los Andes.
Allí hubo supervivientes. Uno de estos lugares fue el continente de la Atlántida. Antes de la congelación de la Atlántida, la vida de los nativos era como una extensión del entorno natural, en relativa armonía con la Tierra. Habían alcanzado un estado altamente evolucionado en su cuerpo de luz, y eran capaces de viajar en el tiempo y de realizar desplazamientos astrales a voluntad.
Sus antepasados, habían crecido junto a las bestias salvajes y las criaturas que poblaban el planeta en ese estadio de su desarrollo, y en una etapa temprana de su evolución, aprendieron a domesticar los animales que los protegerían y los ayudarían a sobrevivir. Los atlantes del segundo ciclo, nunca comieron carne animal. Algunos animales domésticos fueron utilizados por su leche y otros por sus huevos; todo esto se consideraba, regalos de las «criaturas de cuatro patas».
Basaron su dieta en el hábitat verde del continente, rico en todo tipo de frutos y nueces, hierbas y plantas medicinales, porque sentían que la luz capturada en las hojas, les proporcionaba la carga eléctrica de la Deidad Solar, mientras que las raíces les ofrecían las energías magnéticas de la Madre Tierra... y así era.
Desde un punto de vista espiritual, éste era un estado de conciencia altamente desarrollado —una vibración superior— que daba a la humanidad una comprensión mucho más clara de la naturaleza de todos los seres vivos. Además, sentían respeto por todo: las rocas, los habitantes del mar, los grandes árboles y animales, y también unos por otros.
Consideraban que toda la creación era un reflejo del Creador Primero, y nada se tomaba del medio ambiente sin permiso, ni siquiera una fruta sin la bendición del árbol, porque los primeros atlantes disfrutaban de interacción telepática con todas las formas de vida que compartían su entorno.
Existía un gran respeto entre los seres vivos, y la naturaleza era grácil como lo era el ser humano. Los nativos americanos (los que no fueron sometidos por los auto designados señores de sus tierras, la sede Annunaki) aún conservan muchas de sus costumbres ancestrales.
Los Hopi, han sido los mejores “Guardianes de los Registros» atlantes del segundo ciclo, pero todos los nativos de las Américas, albergan esa sabiduría en sus usos ancestrales y en su memoria tribal. En contacto con los nativos de los pueblos indígenas, podéis acercaros a entender ese estado de unidad, que la humanidad compartió antiguamente con todos los seres vivos de Gaia.
Libres de enfermedades y de naturaleza pacífica, los atlantes del segundo ciclo vivían vidas mucho más largas de lo que creéis posible en vuestro planeta. Se ha hecho alusión a ello en vuestras Escrituras Sagradas, allí donde los regentes de la religión moderna no han destruido los testimonios, reescribiendo los textos antiguos. Era habitual vivir mil de vuestros años terrenales.
De hecho, en muchos entornos del mundo material, la duración de la vida tiende a ser sustancialmente más larga de lo que estáis acostumbrados en la Tierra. Los nibiruanos, por ejemplo, viven casi dos milenios, a pesar de que eso refleja las condiciones con las que se tienen que enfrentar.
La esperanza de vida media de las criaturas vivientes cambia constantemente, y la afectan muchas variables medioambientales y tecnológicas, los acontecimientos cósmicos y, sobre todo, la conciencia colectiva.
Considerad que hace muy poco, la esperanza de vida para el ser humano no sobrepasaba los cuarenta años, y sin embargo, vuestros ancianos contemporáneos alcanzan fácilmente los ochenta. La esperanza de vida se ha doblado en poco más de doscientos o trescientos años.
Si podéis imaginar decenas de miles de años de evolución, os será más fácil aceptar que las cosas eran muy, muy diferentes en el planeta Tierra, en una época tan remota que no ha sobrevivido ningún dato sobre ella.
Lo que actualmente consideráis las «antigüedades» de la humanidad, no son sino granos en el reloj de arena. Los atlantes del segundo ciclo, tenían altamente desarrolladas las dotes psíquicas e intuitivas, y su devoción espiritual se centraba en la Tierra, aunque adoraban las estrellas y los cuerpos celestes, que les servían para medir el tiempo y su lugar, en una galaxia de seres estelares.
Al ser hijos de las estrellas, guardaban el conocimiento de sus orígenes estelares en el ADN, como vosotros. No había jerarquías religiosas, porque ellos tenían línea directa con el Creador Primero, a quien adoraban en los árboles, en los ríos y mares, en los pájaros, en el cielo y en las cumbres de las montañas.
Cada día, la naturaleza les planteaba nuevos retos, y ellos los aceptaban, considerándolos movimientos del Espíritu a través de ellos. A lo largo de la existencia de los seres humanos sobre la Tierra, nadie ha demostrado tanto amor por Gaia, como los miembros del segundo ciclo de la Atlántida.
Estaban totalmente sintonizados con las demás formas de vida, las energías elementales y las fuerzas del cosmos. Uno puede, por tanto, imaginar su perplejidad y terror, cuando las fuerzas naturales parecieron volverse contra ellos.
EL TERCER CICLO...
Repetimos que el tercer y definitivo ciclo,
comenzó cuando se fundieron los hielos.
Conforme los glaciares empezaron a retirarse rápidamente del continente, se produjo un gran florecimiento de manera bastante espontánea, y la Atlántida, una de las últimas masas de tierra en experimentar la devastación, también fue una de las primeras en revitalizarse... tanto energética como climáticamente.
En ésa época, como parte de nuestro vínculo kármico con vosotros, y para resolver nuestros asuntos kármicos con los Annunaki de Nibiru, "muchas almas de Sirio, eligieron encarnar en la Tierra para ayudar al renacimiento de la raza humana"... "Pudimos leer los registros akáshicos, y observar que en ese tiempo, la Familia de Luz sería Convocada a los campos de la Tierra"... por eso se creyó que, en cierto sentido, nuestro destino era encarnar en una vibración inferior a la nuestra y retornar a la tercera dimensión.
En ésta época, los primeros sirianos aparecieron como humanoides sobre la faz de la Tierra, específicamente en las tierras montañosas de la Atlántida. Como nuestra Deidad Solar, Satais (Sirio B), el cuerpo planetario en el que tenían su origen los Yzhnüni, ya no está en el universo material, puesto que resuena a una frecuencia superior: Una frecuencia planetaria hexadimensional que existe en un universo paralelo al vuestro.
Para los Yzhnüni, ésta era una oportunidad de volver al mundo de la forma, con todos los retos que los seres conscientes tienen que afrontar de los elementos, de otras formas de vida, y del proceso transmutador de la retrogradación, al tiempo que resolvían el karma que vinculaba a Sirio con la vibración gaiana, que habría retrasado eternamente nuestra propia evolución.
Los Yzhnüni, hijos estelares de Sirio, tuvieron grandes dificultades para cristalizar en la tercera dimensión, porque su vibración había sobrepasado el mundo físico hacía mucho tiempo, y el retorno al mundo material los llenaba de incertidumbre.
Sin embargo, las historias sobre el planeta azul-verde, su majestad y su música, se extendían por el universo, generando una fascinación inmensa. Gaia era la sirena de los cielos y estas almas de Sirio eran el Ulises de los mares galácticos.
Su esencia cristalizó en los campos tridimensionales de la realidad terrenal, dando unos homínidos muy altos y radiantes, de anatomía y estructura muy parecidas a las humanas... pero claramente no humanas. Su rasgo diferenciador más evidente, eran sus grandes campos áuricos, que emanaban visiblemente varios metros más allá de sus cuerpos físicos.
Estas envolturas externas, eran como un recubrimiento delicado, absolutamente blanco y translúcido, de modo que para los nativos parecían hadas o seres encantados, y así fueron percibidos durante muchos siglos de su existencia en la esfera terráquea.
Tenían unos enormes ojos brillantes de color índigo, su pelo era de un luminoso blanco-dorado, y sus cuerpos de casi tres metros de altura, eran finos, delicados y flexibles. Los Yzhnüni resonaban preferentemente con el elemento agua, porque en su planeta había agua abundante, como en otros satélites naturales del sistema de Sirio.
Para mantener la frecuencia gaiana, se los germinaba en las tierras altas del continente atlante, porque allí había innumerables cuevas y grutas, en las que podían encontrar la calidez y la humedad que mejor imitaban su entorno natural, al tiempo que los protegían de la radiación emitida por los poderosos rayos de vuestra Deidad Solar.
Era el terreno que más les recordaban los campos cristalinos de Yzhnüni. En su primera aparición sobre la Tierra, los Yzhnüni tenían una frecuencia vibratoria tan alta, que no podían mantener la forma en la densidad de vuestro campo planetario, y tampoco eran capaces de aguantar ningún contacto con los rayos que emanaban directamente del Sol.
Para los observadores, parecería que ellos surgían y desaparecían de la realidad y, evidentemente, salían del mundo de la materia y volvían repetidamente a la sexta dimensión, hasta que finalmente fueron capaces de mantener la frecuencia tridimensional.
Sus capas externas no contenían ninguno de los pigmentos necesarios para protegerlos de los dañinos rayos ultravioleta, por lo que, durante aquellos primeros días de su migración, permanecían bajo tierra en las horas de sol.
Con el tiempo, a medida que estos hijos de Sirio enraizaban en la realidad tridimensional, sus cuerpos físicos empezaron a hacerse más densos, y se adaptaron a las condiciones geotérmicas de la Tierra y a su relación con el Sol, que una vez más volvía a brillar con fuerza a través de la atmósfera terráquea. Sus cuerpos se hicieron sólidos y resistentes, su piel se volvió más opaca, y su color fue tomando tonos más profundos, una cualidad algo menos translúcida.
La conciencia divina de los Yzhnüni era simple y pura, porque (como almas evolucionadas en estado de retrogradación) entendían su propia divinidad tal como reconocían al Creador en los elementos, y sus rituales celebraban su conexión con las energías primordiales.
Los enclaves de poder, los altares gaianos, se centraban en torno a esos puntos donde los cuatro elementos del planeta interactúan: esos lugares donde el magma volcánico erupcionaba desde debajo de los mares congelados, y después, volviendo a caer sobre sí mismo, elevaba nuevas tierras en el paisaje siempre cambiante.
Observar el fuego de la tierra fundida, el vapor, el abrazo refrescante del mar, y el endurecimiento del magma que producía las rocas, era el más sagrado de los rituales, porque allí estaban presentes la totalidad de las Diosas de la vida terrenal, tal como se entendían en aquella época de la experiencia gaiana.
Además, el proceso de cristalización —pasar de vapor a líquido, de magma a piedra— evocaba en ellos el recuerdo de su hogar ancestral (un lugar de terreno cristalino y aguas vaporosas)...Les recordaba su propósito superior:El compromiso del alma de retornar al reino material, para plasmar su ideal espiritual de ayudar a la evolución del planeta Tierra.
Allí, en los primeros templos de la Atlántida, los hijos estelares de Sirio, integraron por primera vez la nota ancestral de la música del alma siriana, el wam, con el ritmo pulsante de Gaia, y se realizó la fusión... que debía ser transmitida y recordada a lo largo del tiempo.
Ese sonido, esa vibración primordial de frecuencias armónicas wam, ha mantenido los portales abiertos desde el nacimiento de la civilización en vuestro planeta. Sin embargo, vosotros, los occidentales, aún no conocéis el poder de las frecuencias sónicas.
Os pedimos que consideréis, con el debido detenimiento, que los Guardianes de las Frecuencias —los tibetanos, los aborígenes australianos, los nativos americanos— han sido expulsados sistemáticamente de sus tierras sagradas. Allí, en su medio ambiente natal, tomaban fuerza de la tierra, resonando con las frecuencias de sus campos nativos.
Su memoria ancestral de los sonidos, ha ayudado a mantener el planeta en equilibrio, y nos preguntamos si reconocéis en su lenta exterminación, las ondas de desarmonía que han contribuido a la devastación que ahora os rodea.
Las generaciones posteriores de Yzhnüni, que emigraron de los climas fríos a las zonas más templadas del continente, aún necesitaban protección de los rayos ultravioleta del sol. Por este motivo buscaron abrigo y protección en las cuevas y pasadizos característicos de los terrenos abruptos, con sus grandes lagos y ríos subterráneos.
Allí, pronto descubrieron altas cuevas de cuarzo y los fértiles valles de las mesetas, que les ofrecían el entorno más adecuado de la Tierra. Hacia la mitad del tercer ciclo de la civilización atlante, todos ellos ya se habían asentado en esas áreas del continente, y vivían dentro de las cuevas de cristal, rodeadas por redes de pasadizos subterráneos... un laberinto interminable de túneles, grutas y cavernas.
A partir de esta aparición relativamente breve de los seres de Sirio en la cultura atlante, circularon muchos mitos entre las tribus indígenas: Historias de «hadas» que brillaban en la oscuridad, iluminando los bosques y picos montañosos de la Atlántida. Sin embargo, cualquier intento por parte de los nativos de acercarse a los Yzhnüni, hacía que desaparecieran en el aire, saliendo del mundo material hacia los planos astrales.
Uno puede imaginarse, el asombro y la maravilla que su presencia debe de haber provocado en un entorno tribal centrado en la supervivencia, una fascinación revitalizada por los druidas de vuestro último milenio, y por la reaparición del culto Wicca en vuestra era moderna.
Continuará….