Las etiquetas forman una parte fundamental dentro de la programación mental a la que hemos sido sometidos durante toda nuestra vida. Las etiquetas, al igual que los símbolos, forman parte del apoyo pedagógico por el cual se nos somete como individuos y como ciudadanos. Fue a través de estas herramientas como nos guían y nos canalizan hacia el destino que desean ir materializando en el ideario colectivo. Las etiquetas son un modo por el cual se hace una toma de contacto real con la asociación y la disociación. Como individuos nacemos asociados y disociados a distintos elementos que son integrados a través de la familia, la cultura y la tradición, para llegar a formar parte del colectivo y diferenciarse con respecto a otros, en una forma dual de asociar y disociar, que a través de etiquetas, nos propone identificar a ciertos elementos como afines, sin tener que recurrir a otras formas más emocionales de afinidad.
La programación mental que crea esto, provoca que directamente identifiquemos a otros seres que interactúan directa o indirectamente con nosotros, según la imagen que proyecte y las etiquetas que lo definan. Sin llegar siquiera a cruzar una palabra, podemos (o creemos) saber cómo es y si es o no afín a nuestro estatus social. Las etiquetas están constantemente en nuestro presente, y es una forma injusta de compartimentar a las personas y las relaciones que tenemos con ellos, según las etiquetas que porte o les hayamos adjudicado. Nuestro criterio a la hora de etiquetar a los otros dependerá en gran medida de la educación y la programación a la que hayamos sido sometidos (o logrado acceder voluntariamente), ya que según sea de rígida esta, nos impedirá estrechar vínculos con otros seres que sean de un estrato social distinto al nuestro.
Las etiquetas van más allá del mero clasicismo, entre ricos y pobres o la ilusoria clase media, ya que la programación ha logrado crear distinciones, incluso entre miembros de un mismo clan o familia, creando por defecto un estado discriminatorio constante hacia con el otro. Ya sea por ética o por estética, esta clase de ingeniería social, ha creado una nube mental llena de etiquetas y clasificación automática de individuos, que está tan arraigada que nos es prácticamente imposible deshacernos de ella. Forma parte de nosotros y automáticamente y por defecto, etiquetamos al otro antes de poder crearnos una opinión sobre él. Dentro de las etiquetas hay varios niveles en los cuales encerramos a nuestros afines y a nuestros enemigos potenciales, y según lo clasifiquemos, irá a formar parte de uno o de otro, simplemente por apariencia. El superficial estado estético nos dice quién y quién no se puede integrar en nuestro círculo, y solo por mera apariencia estaremos en primera instancia, juzgando y sentenciando a alguien, seguramente para siempre, eliminando en algunos casos la posibilidad siquiera de equivocarnos en nuestro propio juicio, y ni qué decir que tras éste tipo de prejuicios no hay recurso posible.
Además de etiquetar al prójimo, también nos esforzamos en auto etiquetarnos y mostrar orgullosos esas etiquetas, para que el otro juzgue y según el nivel que proponemos debe ser iniciado el criterio con el cual él nos debe juzgar, y del éxito en esta labor dependerá el nivel de reputación que lleguemos a poseer como individuos y definirnos dentro de la escala social, según los cánones que sean valorados o más apreciados, dentro de su círculo de interacción social. Estas etiquetas van cobrando relevancia según vamos creciendo y adquiriendo destreza en el ámbito social, la proyección que existe de nosotros, muy pocas veces coincide con los paradigmas, con los cuales la mayoría suele partir a la hora de juzgar y etiquetarnos, aquí es donde todos los principios que dicen que somos lo que proyectamos, se equivocan rotundamente, ya que nuestra proyección personal, por lo general, difieren del reflejo que el resto de la sociedad capta.
Solo con las tribus urbanas ya tienes etiquetas para entretenerte...
Este principio solo debe ser tomado en cuenta, en un entorno donde los individuos no han estado sometidos a una constante programación mental, y se forma la imagen de la persona según su proyección emocional, sin más filtros que la interacción del uno con el otro. Pero las relaciones personales y sentimentales, están viciadas al estar más valorados conceptos circunstanciales o de clase, por encima de la interacción emocional, que es donde una persona toma una versión más aproximada y real del otro. No hay redención posible y una vez hemos prejuzgado al contrario, será muy difícil sacarnos de esa celda mental en la cual todo acaba siendo, o bueno o malo, según nuestro paradigma.
Las etiquetas físicas (alto, bajo, gordo, calvo, feo…) dan paso a las etiquetas estéticas (hortera, ridículo, a la moda, o pasado de moda, tribal…) con ellas nos formamos una imagen aproximada de su estatus y clase social (rico, pobre, vagabundo, asocial, integro, respetable, inmundo…) y con estas nos formamos un concepto de personalidad (respetable, delincuente, normal, friki…) y tras este mínimo proceso, pondremos nuestros instintos primarios en alerta, o por el contrario los relajamos y bajamos la guardia. Es un mecanismo muy básico y muy fácil de burlar, ya que asociamos lo bueno, a los patrones estético y simétrico, en detrimento del resto, que pasan a ser directamente una posible amenaza. Evidentemente el margen de error que tiene este mecanismo es altísimo, pero socialmente es el único aceptado, ya que el nivel de lo políticamente correcto, estipula que debemos juzgar antes de que nos juzguen, y debemos ganar antes de que nos ganen, pisar o ser pisado, por lo que constantemente estamos predispuestos a errar y dejarnos llevar por una primera impresión errónea de todo aquello que nos rodea.
Nuestro modo de etiquetar, no se queda en meros adjetivos estéticos, ya que si prolongamos el contacto, iremos sumando etiquetas según los gustos, ideas, creencias, procedencia, sexualidad, raza, educación, cultura, dialéctica, expresión corporal, actitud, carácter, títulos o posición laboral, y una más que larguísima lista de conceptos que podríamos seguir añadiendo, para ir haciéndonos una idea de cómo, sin percatarnos, estamos incluyendo o excluyendo a unos y otros en nuestros círculos, sin valorar otras razones por las cuales se crearían vínculos distintos. Con esta vara de medir, es hasta lógico que caigamos constantemente en relaciones toxicas, ya que valoramos más lo que aparenta ser, que lo que es el otro en realidad, y esto crea a su vez que nos esforcemos en aparentar lo que no somos, que lo que somos, con lo cual estamos cayendo en una doble trampa, que provocará que entremos en relaciones que se basan en intereses egoístas, materiales o de control, antes que entablar relaciones basadas en la pura atracción emocional en la que dos afines son atraídos por pura física elemental. Si aún te preguntas porqué no encuentras esa hipotética Alma Gemela (o al menos alguien afín), es porque tus valores y la forma en la que etiquetas y juzgas, pesa más que lo que sientes.
Deberíamos empezar a atrevernos a entablar relaciones que se basen en una afinidad emocional, por encima de valores ilusorios como son los estéticos o de clase, donde solo prima un egoísmo y una necesidad de alimentar una proyección de nosotros que no se corresponde con la real. Con lo que sabemos y con lo que conocemos de estos mecanismos de ingeniería de masas, tenemos las herramientas, para distinguir entre nuestras relaciones quien aporta, y posee una afinidad emocional con nosotros, y quien solo está en nuestra órbita por puro interés. Tratar de desvincularnos de todas esas cosas que se supone que somos, es un primer paso hacia nuestra propia libertad, es un difícil, pero esencial movimiento, para deshacernos de nuestro papel dentro del sistema, no podremos encontrarnos a nosotros mismos si aún guardamos en lo más profundo de nuestra identidad, todas esas etiquetas que otros nos pusieron y que no forman parte de nosotros.
Estas por encima de cualquier juicio o categoría que quiera encajonar tu ser dentro de un sistema que te odia y lucha por eliminarte, no puedes identificarte ni definirte con esos conceptos que no te definen, ni forman parte de ti, conceptos que no elegiste o que te empujaron a elegir, conceptos con los que etiquetas y clasificas a otros y que tampoco los define e identifica. Tu Ser está por encima de todo eso, sencillamente porque no lo eres, y por mucho que la tradición, la cultura, tu pueblo o tu familia te empujen a ellos, tenemos que tener el suficiente sentido común para rechazarlas y no volver a usarlas jamás.
No etiquetes y no permitas que te etiqueten, no eres un objeto que pueda ser clasificado y archivado dentro de un estrato concreto, dentro de un ambiente, una sociedad o una clase social. Los seres vivos estamos por encima de todos los conceptos e idearios que la ingeniería que nos trata de programar, trata de asignarnos para tenernos claramente identificados, divididos y dominados, para ser empujados hacia los ríos de tendencias y los ritmos que deseen implantar, según su agenda. Nos están acostumbrando a usar esos “Tags” casi constantemente, etiquetamos lo que pensamos, como nos sentimos y lo que hacemos, nuestro criterio, nuestros amigos, pareja e hijos, todo etiquetado, clasificado y archivado, es un paso hacia la robotización mental que tanto precisan, un robot biológico etiquetado y sin alma.
Despierto, dormido o borrego, tampoco han de ser etiquetas que portes o hagas que porten otros, ya que se supone que estás cambiando de nivel de conciencia, pero tu programación es tan férrea, que seguirás siendo la misma persona, con los mismos prejuicios y los mismos programas, y solo si te percatas de esto, habrás avanzado lo suficiente como para poder empezar a des-programarte y ser un Ser vivo consciente y con conciencia.
Ruben Torres
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