Este fin de semana estuve charlando primero con mi hijo mayor, y más tarde con mi sobrina mayor (ambos rondan los 20 años). Coincidentemente, los temas que charlamos (y que cada uno me planteó por separado) desembocaron, en ambos casos, en un mismo comentario de mi parte.
Y es que les conté que, si bien es bueno tener en cuenta los puntos de vista y las expectativas ajenas (principalmente la de los padres), no es tan bueno cuando esto desemboca en que hagamos "lo que se espera" de nosotros, sin detenernos a pensar si eso "que se espera" va a ser bueno para uno mismo, y lo principal, si va a ser de nuestro agrado.
En mi caso, les contaba, cursé la escuela primaria y la secundaria, luego ingresé a la universidad, me puse de novio, conseguí un trabajo, compré un departamento, me casé, me compré un auto, tuve hijos, me compré un terreno para edificar una casa grande ... "y en ningún momento me pregunté si tenía ganas de hacer todo eso, si era mi vocación, si era lo que quería; simplemente lo hice, como guiado por alguna suerte de fuerza de inercia"...
No me cuestioné la razón de mis acciones, no me puse a pensar en qué quería hacer de mi vida. En suma, no fuí yo quien decidió mi destino. Invisible, un "algo" me fue obligando a vivir una vida que, quizás, no era la que yo hubiera elegido, de haber sido consciente de que podía elegir.
Y mientras mi boca decía estas palabras, mi mente pensaba. Y pensaba que no somos nosotros, es decir, cuando decimos por ejemplo "yo soy católico", no nos ponemos a pensar ni un segundo que "yo no soy católico", sino que profeso una religión que me impuso la sociedad en que nací, y por ese simple hecho la adopté como propia. Y digo yo soy católico, cuando en verdad soy un espíritu libre que tiene el derecho y la obligación de explorar, experimentar y elegir la religión que desee profesar, si es que decide elegir una.
Y de igual manera sucede con la nacionalidad, con el equipo de fútbol "favorito", con el idioma, con la comida "que nos gusta"...
Si nos ponemos a pensar, el ser humano que soy (en verdad, el que creo que soy), en realidad es un ser moldeado y condicionado desde chiquito por un montón de factores externos, tan influyentes que si uno se pone a pensar, posiblemente más del 90% de "nuestras" creencias, gustos y sentidos del deber nos fueron impuestas, ex profeso o no, por el medio en que nos criamos y desarrollamos.
Y así, a lo largo de la historia, hemos amado lo que nos impusieron, hemos odiado lo que nos indicaron, hemos honrado a quienes nos señalaron, hemos matado en guerras o despreciado a quienes nos ordenaron.
Y sin ir tan lejos, posiblemente hemos vivido nuestra vida en base a los deseos, órdenes y expectativas de nuestros padres, de nuestras parejas y porqué no, de nuestros hijos.
¡Y a veces nos preguntamos por qué no logramos ser felices!
¿Será porque jamás hicimos lo que quisimos?
¿Será porque jamás hicimos lo que quisimos?
Quizás haya llegado el momento de reveer esto, de cuestionarse, de preguntarse: ¿Yo soy tal o cual cosa... o creo que lo soy porque me fue impuesto que lo fuera?
Quizás llegó el momento de empezar a ser, a vivir y a sentir, de la manera en que uno quiere y siente la vida. Por supuesto que con responsabilidad, desde el Amor... esto es, midiendo las consecuencias de lo que hagamos de aquí en más para con las personas que nos rodean, honrando los compromisos asumidos (con nuestra pareja, con nuestros hijos, con nuestros socios)... Quiero decir, si por ejemplo "descubro" que mi vocación no era ser madre, sino que decidí serlo por presiones familiares, no por eso voy a abandonar a mis hijos a su suerte, a causa de mi "descubrimiento"...
Tomemos este nuevo estado de conciencia, juntémoslo con nuestra realidad actual, y tratemos, con estos materiales, de comenzar a proyectar y a armar nuestro presente... un nuevo presente guiado por el verdadero Yo Soy que hayamos descubierto. Pero siempre guiados por el Amor... el Amor verdadero que diluye el egoísmo y lubrica hermosamente los mecanismos de nuestra existencia.
Se puede. Hay que animarse.
Bendiciones.
Por: Eduardo Mercer Alsina
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